martes, 22 de noviembre de 2011

Biografía (primer ensayo)

¿Cómo puede resumirse una vida en seiscientas palabras?  Las personas a las cuales he consultado, se han limitado a encogerse de hombros  y a mover la cabeza, otras se han reído preguntándome el por qué… pero la mayoría se han pronunciado afirmando que no es una tarea posible. En ese momento, fue cuando la idea de escribir sobre mis experiencias me atrajo realmente. El reto.
Nunca me he acostumbrado realmente a ordenar los recuerdos de mi vida. Quizá por eso cuando me siento a recordar vuelan las imágenes intentando desesperadamente unirse sin éxito, formando un barullo biográfico. Y entonces me vino la palabra a la cabeza, en un momento de lucidez impropio en mí: desordenada. Así es mi vida, así soy yo y así es mi habitación. Desordenada. Sin embargo, en un alarde de capacidad de autoconvencimiento, creo que guardo cierto orden dentro del desorden. El problema es que aún no lo he descubierto.
En el instante en el que recordamos nuestras vivencias, estoy convencido de que todos y cada uno pensamos en lo que es más importante. Yo lo tengo claro: mi familia, mis amigos y mis valores. Esas son las tres patas de mi caótica existencia. Me falla una, se cae la silla.
Empezaré por las dos primeras, que van de la mano. Soy gallego, de Vigo, así que probablemente me entrará esa morriña, un producto típico de allí, impreso en mi ADN desde mi concepción. Mis padres, Jose Luis y María, son los mejores que podría tener (sabiendo que eso creen todos los hijos, y así debe ser), y mi hermana Carlota ha sido la que se ha llevado los buenos genes, es una chica diez. Realmente, se me llena la boca de orgullo al hablar de Galicia. En el resto de España es considerada tierra de lluvias, pero desde mi perspectiva, es el marco de mi vida, guarda mis recuerdos y es protagonista de algo más que de mi cariño. Lo tiene todo: campos verdes, marisco, playas (una de ellas considerada la mejor del mundo), mal tiempo en invierno y malo en verano (eso se llama orden), diversión, paisajes, diversidad, tranquilidad y agitamiento, cultura, sentimiento… Pero sobre todo tiene a mi gente, mis amigos. A ellos… no intentaré definirlos, no hay palabras para hacerlo, pero hacen que mi vida desordenada sea una vida feliz. Como ya he vaticinado, soy morriña.
Con respecto a mis valores, puedo decir con orgullo que hay mucho que decir. Me enorgullezco de mis valores, pero el mérito solo es mío en un veinte por ciento. El ochenta restante se lo llevan, y bien merecido, mis padres. Podría intentar pagarles la educación que me han dado durante toda mi vida, sin embargo, eso no se paga ni con dinero, ni con años enteros de dedicación a ellos. Resumiendo, eso no se puede remunerar. Siento que mis valores son lo que soy, ni más ni menos. Ellos son los que toman la decisión de ir por un camino u otro, ellos tomas las riendas en las situaciones más tensas o enrevesadas, ellos son los que me indican esa bifurcación, ese afluente, esa vía. Sin ellos no tendría a esos amigos, no merecería esos padres y no me ganaría a esa hermana. Cierto es, para qué ocultarlo, que no siempre me guío por ellos, y, en esas ocasiones, siempre acabo defraudado de mí mismo, no me siento yo. Como dijo William Shakespeare: “que sea el nuestro un ser fiel a nosotros mismos”.
A pesar de todo, y para concluir, parece que he dejado plasmado en este papel toda mi identidad, todo mi ser. Sin embargo, esto es la punta del iceberg, porque cada persona es un mundo, y yo soy otro. ¿Cómo se puede resumir una vida en seiscientas palabras? Al final voy a sucumbir a esos incrédulos de sonrisa fácil que arqueaban las cejas y negaban con la cabeza: no se puede.

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