martes, 22 de noviembre de 2011

Juventud (segundo ensayo)

A mi modo de ver, la juventud, hoy, está infravalorada. Aquí y allá nos encontramos con frases como: “los jóvenes de hoy…” “en mi época esto no pasaba…” “cuando yo era joven…”. Son comodines que ciertas personas utilizan cuando les conviene. Puede que demos motivos para que se nos tache de irrespetuosos, de irresponsables, de mal encarados, pero desde luego, no voy a pedir perdón por ser joven.
La juventud es un tesoro muy susceptible al mal uso, pero no me cansaré nunca de pertenecer a ese grupo. La juventud es vitalidad, energía, ganas, descaro, picardía, osadía, valentía, arrojo, atrevimiento, desparpajo, nervio, vigor, es querer y poder, tenerlo todo al alcance; es ambición, anhelo, deseo, apetencia constante. Pero también es huir de las responsabilidades. El por qué es muy simple, todos lo sabemos aunque pocos lo reconozcamos. No queremos ser responsables de nada ni de nadie porque la responsabilidad es una cadena que ata de manera perpetua, que nos saca de esa nube que es nuestra juventud. Es el síndrome de Peter Pan. ¿Por qué hacerse mayor pudiendo seguir siendo un niño? ¿Realmente, si tuviéramos la oportunidad, no nos quedaríamos en ese Nunca Jamás? Nadie quiere añadir esa carga de la voluntad a su vida, nadie quiere preocuparse. Me viene enseguida a la cabeza una frase célebre que creo que de una forma u otra, vaga por todas nuestras mentes inexpertas y las libra de ese lastre, que dice así: “Preocuparse es una tontería. Es como caminar por ahí con un paraguas abierto esperando a que llueva”. Algunos, como yo, al leer esta cita asentirán con la cabeza con una media sonrisa dibujada en sus rostros. Sin embargo, después de pensarlo, esta frase carece de sentido. Es necesario preocuparse, no de todo, si de lo más importante. De hecho, en cuanto cultivemos un poco más nuestras cabezas fantasiosas, en cuanto vivamos experiencias y alimentemos  nuestro conocimiento, más cosas nos preocuparán. Es el peaje que hay que pagar.
En esta época es cuando asentamos las bases de las personas que queremos ser en un futuro (no nos engañemos) no tan lejano. Los valores, las prioridades, las amistades y enemistades, los hábitos. Todo. Por eso hay que ser cuidadosos con nuestra juventud. Elegir a la gente que nos rodea, tener bien marcadas nuestras metas sin dejarse caer en la monotonía, experimentando, aprendiendo. La juventud es la pregunta constante, es dejarse sorprender, es maravillarse con lo más maravilloso y con lo menos también. Y por favor, no debemos creernos esos comentarios que al principio he citado de los padres y madres, abuelos y abuelas que, aunque nos los dicen desde el cariño, nos hacen sentir la peor generación que ha pisado la Tierra. Otra cita célebre: “Los jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su comida y le faltan el respeto a sus maestros.” Este enunciado parece reciente. Sin embargo lo promulgó Sócrates, filósofo griego que vivió desde el año 470 a.C. al 399 a.C., por tanto, los jóvenes ya eran descarados y maleducados mucho tiempo atrás, no son malos hábitos inventados por esta generación, sino que es un complemento que viene de la mano con la juventud. Con esto no digo que no haya que suprimir esos errores, o al menos intentarlo, sino que todos hemos tropezado en las mismas piedras, casi todo está inventado. Por eso también creo que hay que tener muy presente, que ese padre que nos reprende, que nos sermonea, que nos censura y que nos apercibe es más sabio que nosotros, y que cuando nosotros nos estamos riendo de su ingenuidad, ellos sonríen ante la nuestra. Ellos ya saben dónde escondes el tabaco, ya saben que ese día te escapaste para ir a un concierto, ya saben que en el cumpleaños de tu amigo no había batidos de chocolate y golosinas, ya saben que el tiempo pasa y que nos apetece más una cerveza. No intentemos seguir una senda ya señalada, porque ya lo dijo Machado en boca de Serrat: “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.

Biografía (primer ensayo)

¿Cómo puede resumirse una vida en seiscientas palabras?  Las personas a las cuales he consultado, se han limitado a encogerse de hombros  y a mover la cabeza, otras se han reído preguntándome el por qué… pero la mayoría se han pronunciado afirmando que no es una tarea posible. En ese momento, fue cuando la idea de escribir sobre mis experiencias me atrajo realmente. El reto.
Nunca me he acostumbrado realmente a ordenar los recuerdos de mi vida. Quizá por eso cuando me siento a recordar vuelan las imágenes intentando desesperadamente unirse sin éxito, formando un barullo biográfico. Y entonces me vino la palabra a la cabeza, en un momento de lucidez impropio en mí: desordenada. Así es mi vida, así soy yo y así es mi habitación. Desordenada. Sin embargo, en un alarde de capacidad de autoconvencimiento, creo que guardo cierto orden dentro del desorden. El problema es que aún no lo he descubierto.
En el instante en el que recordamos nuestras vivencias, estoy convencido de que todos y cada uno pensamos en lo que es más importante. Yo lo tengo claro: mi familia, mis amigos y mis valores. Esas son las tres patas de mi caótica existencia. Me falla una, se cae la silla.
Empezaré por las dos primeras, que van de la mano. Soy gallego, de Vigo, así que probablemente me entrará esa morriña, un producto típico de allí, impreso en mi ADN desde mi concepción. Mis padres, Jose Luis y María, son los mejores que podría tener (sabiendo que eso creen todos los hijos, y así debe ser), y mi hermana Carlota ha sido la que se ha llevado los buenos genes, es una chica diez. Realmente, se me llena la boca de orgullo al hablar de Galicia. En el resto de España es considerada tierra de lluvias, pero desde mi perspectiva, es el marco de mi vida, guarda mis recuerdos y es protagonista de algo más que de mi cariño. Lo tiene todo: campos verdes, marisco, playas (una de ellas considerada la mejor del mundo), mal tiempo en invierno y malo en verano (eso se llama orden), diversión, paisajes, diversidad, tranquilidad y agitamiento, cultura, sentimiento… Pero sobre todo tiene a mi gente, mis amigos. A ellos… no intentaré definirlos, no hay palabras para hacerlo, pero hacen que mi vida desordenada sea una vida feliz. Como ya he vaticinado, soy morriña.
Con respecto a mis valores, puedo decir con orgullo que hay mucho que decir. Me enorgullezco de mis valores, pero el mérito solo es mío en un veinte por ciento. El ochenta restante se lo llevan, y bien merecido, mis padres. Podría intentar pagarles la educación que me han dado durante toda mi vida, sin embargo, eso no se paga ni con dinero, ni con años enteros de dedicación a ellos. Resumiendo, eso no se puede remunerar. Siento que mis valores son lo que soy, ni más ni menos. Ellos son los que toman la decisión de ir por un camino u otro, ellos tomas las riendas en las situaciones más tensas o enrevesadas, ellos son los que me indican esa bifurcación, ese afluente, esa vía. Sin ellos no tendría a esos amigos, no merecería esos padres y no me ganaría a esa hermana. Cierto es, para qué ocultarlo, que no siempre me guío por ellos, y, en esas ocasiones, siempre acabo defraudado de mí mismo, no me siento yo. Como dijo William Shakespeare: “que sea el nuestro un ser fiel a nosotros mismos”.
A pesar de todo, y para concluir, parece que he dejado plasmado en este papel toda mi identidad, todo mi ser. Sin embargo, esto es la punta del iceberg, porque cada persona es un mundo, y yo soy otro. ¿Cómo se puede resumir una vida en seiscientas palabras? Al final voy a sucumbir a esos incrédulos de sonrisa fácil que arqueaban las cejas y negaban con la cabeza: no se puede.