jueves, 30 de septiembre de 2010

Egipta.

Este texto va dedicado a esos momentos de la vida en los que tienes que tomar una decisión que seguramente marcará tu futuro. Un sí, un no, un puede, un depende. La vida se llena de bifurcaciones, ramificaciones, afluentes y desembocaduras. Cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día tomamos decisiones. Decisiones que muchas veces las tomamos a la ligera y que pueden cambiar el curso de toda una vida, la propia o la de otro. Tiene algo que ver con el llamado “Efecto Mariposa”. Un te quiero, un hasta luego, un me importas, un te necesito, un adiós. Puede cambiarlo todo. Es como si estuviéramos en un barco llevando el timón. Estamos en alta mar, y no se ve más que océano y océano. Creemos que vamos en línea recta siempre, pero un mínimo despiste, una decisión mal tomada, aunque sea una de esas que pensamos que carecen de importancia, mueve un poco el timón. Bah, pero solo un poco. Sí, pero ese poco cambia la trayectoria completamente. En vez de acabar en un puerto, acabamos en otro. ¿Mejor? Nunca lo vamos a saber. Podemos intentar que así sea, que acabemos en un puerto mejor. De hecho nuestras decisiones van dirigidas a la mejoría. Pero nunca sabremos si es la decisión más correcta. ¿Quién me dice a mí que yo no sería el mejor médico en España?  ¿o el mejor filósofo? ¿o periodista? ¿o profesor? ¿o nutricionista? ¿o el mejor speaker superando incluso a Pepe Reina? Nadie, porque nunca lo voy a saber. Hay decisiones que marcan nuestro futuro y a veces no nos damos ni cuenta. Lo repetiré muchas veces.

Nos pueden ayudar a tomar las decisiones. Pero la última palabra la tenemos nosotros. En el fondo estamos solos. Ni más ni menos. A mí personalmente, unas decisiones que se podrían contar con los dedos me cambiaron la vida. Son decisiones que seguramente solo conozco yo. Las razones, los por qué, todo. Y muchas veces, como hoy, me desesperé, porque no veía los frutos de una decisión que ha sido y es la más dura que he tomado en mi vida. Porque ha sido y es una decisión que no tomé por placer. Que no quería tomar. Que daría un brazo por no tomarla. Que hizo que cuando me encontraba solo, de lo único que tenía ganas es de llorar como un niño, y no me avergüenza decirlo. Y a día de hoy, me sigue pasando lo mismo. Porque me he dado miles de veces contra el muro. Porque sigo dándome contra el muro. Porque parece que quiero romper el muro a cabezazos. Pero continúo, y reafirmo mi voluntad de seguir adelante con esa decisión creyéndome que los frutos que espero llegarán. Y sigo, y vuelvo, y caigo, y me levanto, y lloro, y me seco, y avanzo, y me desespero, y sigo… No lo entiendo, me dirás. No tienes que pasar por eso, me dirás. Sé feliz, para, no hagas esto, vive el presente. No entiendes que soy feliz haciendo esto. No entiendes que QUIERO pasar por esto. No entiendes que doy mi vida por llegar al final y conseguirlo. Y no, no exagero. Porque sé que voy a llegar al mejor puerto en el que estuve en mi vida. Porque sé que haciendo lo que hago, el timón de mi barco no se desviará. Porque va a acabar bien. Tiene que acabar bien.

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